Siguiendo con el tema de la gestión del recurso humano, considero apropiado publicar un cuento corto que escribí en el año 2006 y que trata sobre las prácticas inadecuadas y poco éticas, que se presentan con regularidad en nuestro medio; esperando que su lectura genere conciencia al respecto.
En un caluroso día de verano, en algún país tropical, una comunidad de hormigas, trabajaba incansablemente, unas se apuraban en cargar hojas y ramas caídas, otras recolectaban larvas, otras más se encargaban de la seguridad de las trabajadoras.
No había tiempo para el ocio, ni el descanso. La supervivencia de la colonia dependía del trabajo duro y organizado de sus miembros.
El supervisor Esteban daba órdenes a su cuadrilla, conformada ésta por unas mil hormigas. Los exploradores habían encontrado en un claro del bosque junto a una vivienda humana una enorme cantidad de comida. Ésta estaba en unos sacos de tela, pero con algo de trabajo lograrían sacar suficiente para alimentar a la colonia por mucho tiempo.
Esteban soñaba con los honores y la fama que alcanzaría sí su cuadrilla lograba su objetivo. Soñaba con su eventual acenso y su muy seguro aumento de salario.
Él era un jefe muy estricto y tiránico, hacía trabajar a sus hormigas hasta el cansancio, su cuadrilla era la primera que salía de la colonia y una de las ultimas en regresar a veces muy entrada la noche, a pesar de las prohibiciones y reglas que al respecto sé tenia para ese fin.
Sin embargo, debido a su osadía y a los buenos resultados que daba, sus superiores toleraban la continua ruptura de las reglas.
Trabajar en los dominios humanos era muy peligroso, pero para el ambicioso supervisor, esto no representaba ningún problema. Arriesgar a sus hormigas no era importante, lo importante era obtener resultados y más importante aún era la gloria. ¡Sí la gloría, la fama y el reconocimiento lo eran todo! Otro problema era que su cuadrilla estaba desprovista de equipo e implementos de seguridad, A diferencia de otros jefes de cuadrilla que se esforzaban por darles a sus hormigas el mejor equipo de seguridad posible, Esteban no veía importante suplir esa carencia.
Después de organizar los grupos, da la orden de empezar el trabajo. Éste transcurre normalmente durante la mayor parte del día, los obreros van y vienen cargando granos de harina. A pesar de las súplicas de sus subalternos para que dé un periodo de descanso a los trabajadores; éste permanece impasible y por el contrario amenaza con castigos y aún despidos, si los trabajadores paran la labor.
El tiempo pasa y pronto ha transcurrido una noche y un día. Algunas hormigas han enfermado por el excesivo trabajo, pero a él, no le importa. Él solo sueña con el éxito y la gloria. Tan es así, que ignora hasta las más elementales medidas de seguridad; ordena que los valiosos vigías dejen su trabajo y se pongan a cargar harina, ¡entre más patas mejor!
Estando en la labor, ninguna de las hormigas se da cuenta, que un humano se ha acercado y las ha visto trabajando. ¡Esteban sueña con la gloria y el éxito!
Los gritos de dolor y sorpresa de algunas de las hormigas, empiezan a escucharse en el lugar, otras tratan de escapar apresuradamente, pero un enorme pie las ataca sin piedad. Un pisotón acá, otro más allá; se repiten sin cesar. Si tan sólo Esteban se hubiese preocupado por la seguridad del grupo, si tan solo hubiese permitido que usaran "casco de seguridad" y se mantuvieran los protocolos.
En la memoria colectiva de la colonia, quedó grabado el terrible día en que se rompieron las reglas; en el que por ambición y egoísmo, se hizo caso omiso de las medidas de seguridad de las cuadrillas.
Tan sólo treinta trabajadores regresaron a la colonia; heridos, exhaustos, asustados; con el triste recuerdo de sus compañeros sacrificados por la locura de un tirano.
En mitad del prado, rodeado de otros cadáveres de hormigas, quedó el cuerpo del que en vida fuera un ser dedicado a la ambición; al que no le importó el bienestar y la seguridad de sus trabajadores, de sus congéneres.
Su nombre fue borrado de los anales de la colonia, y sólo pronunciarlo acarreaba un castigo horrendo; ni siquiera eso le quedó al que en vida sólo deseaba la “Gloria y el éxito”.
Hernán Villalobos Maz.
27-06-06.
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